viernes, 1 de febrero de 2008

La princesa y el cocodrilo


Érase una vez una princesa que vivía (como todas las princesas) en lo más alto de la más alta torre del más alejado castillo del más lejano país, esperando (¡cómo no!) a su príncipe azul.


Y se pasaba la vida esperando al príncipe y se imaginaba que su vida con él iba a ser perfecta. Porque el príncipe le iba a dar sentido, porque él iba a ser su noche y su día, su luz y su sombra y todo lo que ella esperaba de la vida.


Cada vez que veía a un hombre aparecer en lontananza, subido en un caballo blanco o subido en una Yamaha negra o en un BMW plateado último modelo con todos los extras, la princesa bajaba alborozada los 20.000 escalones de su torre y recorría el foso de los cocodrilos donde éstos, al verla llegar, sacaban el morro y ella les decía ¡quietos, bichos, quietos! ... todo por encontrarse con él y preguntarle:


- ¿Eres tú, mi amado príncipe, mi amor verdadero?


Y el príncipe se quitaba los auriculares de su MP3 con el último disco de Shakira y preguntaba:


- ¿Me lo puedes repetir eso del amor verdadero?


Y cuando ella lo repetía el príncipe primero se descojonaba de la risa y después salía corriendo a todo trote de caballo, a todo gas de moto o a todo acelerador de coche... porque ¿quién puede aguantar la carga de ser tanto para el otro? Nadie que estuviera en su sano juicio.


Y la princesa, compungida, triste, rechazada y abochornada recorría su camino de regreso al castillo, pasando por el foso (quietos, quietos bichos) y subiendo los 20.000 escalones hasta la torre (la princesa se mantenía en buena forma)


Y entonces se preguntaba:


- ¿Por qué los príncipes no me quieren?


- ¿Es que no soy suficientemente buena/guapa/lista/simpática...?



Y lloraba y lloroba y lloraba (la princesa se gastaba una pasta en Kleenex) y esperaba y se lamentaba y se amargaba. Y cuando veía en lontananza a un nuevo príncipe volvía otra vez ... a bajar y subir escalones y decirle ¡quietos bichos! a los cocodrilos... una y otra vez, siempre con idéntico resultado. (¡Uf, qué cansancio!)



Pero os puedo asegurar que la princesa era todo lo guapa, buena, lista y estupenda que puede ser una princesa. Sólo que ...



- Nena, no puedes pasarte la vida mirándote el ombligo y esperando que los demás te saquen las castañas del fuego

- ¿Quién habla?

- Aquí, uno de los cocodrilos del foso ...

- Fuera, bicho, fuera.

- De eso nada, monada. Escúchame, que estoy harto de verte haciendo la idiota, una y otra vez. Y me cansas y me aburres.

- ¿No serás un príncipe encantado que he de besar para que te conviertas en el hombre de mis sueños?

- ¡Qué príncipe ni qué leches estás diciendo! Soy un cocodrilo con unos dientes tremendos que sólo de un bocado podría comerte entera y sin remordimientos, pero me he decidido a hablarte porque estoy viéndote el mal camino que llevas y me das pena.

- ¿Pena? ¿Por qué un bicho tan feo me tiene pena?

- Porque estás haciendo la idiota y malgastando tu tiempo en algo que no tiene sentido. ¿Por qué no dejas de pensar en tus problemas y echas un vistazo a tu alrededor? ¿No crees que podrías encontrar motivos más que interesantes para bajar de tu torre que no sea cualquier pelagatos que ves pasar a lo lejos? Te aseguro que el mundo es un lugar muy interesante. Te lo digo yo, que antes de que me trajeran a este foso he visto cosas que no creerias...


-Sí, vale, muy bien, pero yo estoy esperando a mi príncipe azul que será mi sol y mi luna, mi ...

- Déjate de rollos, que eso ya no funciona. Mira, nena. Estamos en el siglo XXI y auque seas una princesa no me creo que seas tonta.

- No lo soy.

- Pues cambia el chip. Mira a tu alrededor y dime que ves.

- Un castillo muy hermoso. Un cocodrilo muy feo. Un jardín. Un camino por donde pasan de largo los príncipes ...

- ¿Y no te gustaría recorrer tu propio camino en vez de estar esperando?

- Pues ... creo que no puedo.

- No puedes ¿por qué?

- Porque tengo que esperar al príncipe.

- ¡Eres imbécil! ¡Adios y suerte!



Y diciendo ésto el cocodrilo dió un tremendo coletazo antes de zambullirse en el agua, dejando empapada a la princesa. Empapada y disgustada.



- ¿Qué se habrá creído ese cocodrilo? Decirme eso a mí, a mí, a la princesa. Ya verá, ya. El tonto de él. Me hago un bolso con su piel. Me hago un collar con sus dientes...



Pero después, la princesa reflexionó. Y se pasó pensando varios días.



Y pasó el tiempo. Un día apareció un príncipe. Un príncipe guapísimo, estupendo... más que príncipe parecía una estrella de cine. Era perfecto, perfectísimo. Pero nadie bajó a recibirlo.


Pasó otro príncipe. Otros más. Iban al X Congreso de Príncipes Azules, Rojos y Amarillos (éstos eran los que venían de Oriente). Un millón de príncipes pasando por delante del castillo pero nadie bajaba a recibirlos.

Alguien comentó:


- Pues en este castillo vive una princesa que siempre baja a decirnos que no se qué del amor verdadero.

- Ya no baja, ¡qué raro!

- Habrá encontrado a algún imbécil que le siguiera el rollo.

- Sí, tan desesperado como ella.

- Jajajajajajajajajaajajaja (se reían todos)



Pero la princesa ya no estaba para escuchar sus risas.


Estaba muy lejos de allí.



Había bajado los 20.000 escalones de su torre y había pasado por el foso de los cocodrilos (esta vez respetándose mutuamente) para recorrer un camino que fuera sólo para ella. Un camino que a ella le gustara, que ella eligiera por sí misma.



Antes de marcharse le dijo a uno de sus criados que alimentara bien a sus cocodrilos, que eran unos animales muy sabios.



Y el criado pensó que la princesa estaba, definitivamente, como una cabra.



FIN



¿FIN?



No, es un principio. Faltan las aventuras que tuvo la princesa y si realmente encontró lo que deseaba.



Pero eso lo contaré en una próxima ocasión.


2 comentarios:

jorge dijo...

Fantastico cuento Toñi.
Genial, genial.
Ese cocodrilo vale lo que pesa en oro, seguro que si fuera un ser terrestre le habria tocado ser elefante.
La princesa toma las riendas de su vida, la mejor manera de pasar nuestro tiempo en la tierra.
Me ha gustado mucho ¿Se nota?
Beso al final del camino

Toñi dijo...

Gracias, Jorge.
Por supuesto, sería un elefante. Y todavía puede encontrarse con alguno en su camino, pero eso lo contaré en otra entrega.
Me encanta que te haya gustado.
Beso azul

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